El sol de los lobos

 

Fotos Familia-Ajuar Portatil 008

Así llamaba la yaya a este sol engañador de los fríos días de diciembre o enero resplandecientes de sol y cielo azul, cuando buscas una esquina soleada para que el sol te bañe con su luz y , si es posible, te caliente los huesos. Pero es inútil, nada de calor en tu cuerpo, ni vitalidad en tu alma; éste es «el sol de los lobos».

Me he acordado hoy de él porque al mediodía , después de acabar con las apresuradas compras para el fin de año, he salido de casa bien abrigada a buscar un rincón soleado donde cargar mis pilas. Lo he encontrado y me he dado un paseo bajo el sol.

Me he sentado un ratito en un banco a leer esta novela de Luis Landero que me está gustando tanto: «El balcón en invierno». Yo que ando metida en estos mis recuerdos disfruto al leer a este novelista que nació en 1948 y en este libro repasa sus recuerdos de infancia y adolescencia en aquellos años 50 de pobreza de todo, material y de ideas.

El calor, como se ve, me ha venido de las palabras de Luis Landero, porque del sol nada. Es inútil, este sol no tiene fuerza así que me ha venido mejor al abrigo del Koldo y seguro que los griegos clásicos o el mismo Luis Landero me darán más energía que este tibio sol de fin de año.

En mi Pamplona la yaya tenía localizados todos los rincones donde llegaba mejor el sol en cada estación del año, bueno el sol o la sombra, si era verano.

En el caso del crudo invierno el mejor sitio para asolearse era la acera de los Salesianos, camino de la Media Luna. Allí salíamos después de comer, como he hecho yo hoy con la diferencia de que la yaya me abrigaba como para ir al Artico, con pasamontañas, bufanda y manoplas.

Acudían también sus amigas con sus nietos y así la acera de los Salesianos se convertía en el parque de invierno, alternativo al de Sarasate en la Media Luna donde nos instalábamos en verano.

En casa, sentada al amor de la lumbre del brasero, la yaya escrutaba la llegada de los primeros rayos de sol iluminando las baldosas blancas de la cocina. Pasado enero era ya en los primeros días de febrero cuando los tímidos rayos de sol llegaban a la cocina. Para ella era un motivo de alegría y un entretenimiento ver avanzar los rayos de sol por la cocina.

Hoy ya con tanto Aemet, Euskalmet y todos nuestros conocimientos y nuevas tecnologías adivinamos el frío en los anticiclones de los mapas del tiempo y muchas veces permanecemos ajenos a señales que antes teníamos bien en cuenta.

Todo mi cariño hoy para la yaya, tan lejana ya en el tiempo y tan presente en estos recuerdos. La todopoderosa yaya. Un emocionado recuerdo.

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