El pueblo. Otoño.

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Cuando Pablo y Dani eran pequeños volvíamos al pueblo en el puente del Pilar, para cerrar campaña como decía Andrés.

En Octubre el panorama había cambiado. Había llegado el frío.

Andrés cada mañana en cuanto ponía un pie en el suelo se entregaba a la labor de encender la cocina de leña.

Dani y Pablo observaban extasiados la operación. Subir leña y » abarras» de la leñera. Sacar las cenizas del día anterior. Colocar la leña, desmenuzar las » abarras «, acabar estrujando papel de periódico que no estuviera húmedo y por fin prender fuego.

A Andrés le salía perfecta está operación. Yo nunca aprendí. Los chicos si.

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Era un hechizo el que ejercía el fuego sobre ellos. Ayudaban en lo que podían. Observaban las brasas, jugaban con el badil.

Ya está el fuego encendido. Desayunar y a la calle.

– ¡ Poneros las chamarras que hace frío !

Daba igual, nunca tenian frío, aunque vinieran con las orejas coloradas y las manos congeladas.

A estas alturas del año se nos habían acabado los gozos de la piscina.

Yo pasaba tranquilamente las horas en la cocina calentita, haciendo punto o leyendo alguna de mis novelas.

Este año hemos vuelto al pueblo en » Marzo ventoso».

Ya no están los niños.

Ya somos más perezosos.

El viento sopla en todas las direcciones y se nos mete el humo en la cocina.

Renegamos, sólo un poco,  y nos decimos:

– ¡ Hasta que cante el cuco no volvemos !

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