La bici

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Mientras vivimos en la calle Olite ni Iñaki, ni Patxi, ni yo tuvimos bici. Querer queríamos pero ni se nos ocurría pedirla, porque era evidente que no se podía. No estaban los tiempos para bicis.

Nuestra bici era la de los Turrillas, si ellos querían, claro, nos dejaban dar unas vueltas a la manzana de los «Jardinicos» y se acabó.

En aquellos años la mayoría de niños carecíamos de bici así que te conformabas y agilizabas las piernas corriendo al «Tres navíos en la mar»o al  «Escondite»  pero de pedalear nada de nada.

Paula ya sí que tuvo bici como Dios manda. Se la pidió a los Reyes Magos y ellos van y le echan, una preciosa bici azul, colocada la mañana de ese día junto al árbol de Navidad.

Los tiempos habían cambiado. Vivíamos en el Barrio San Juan y ya Paula tuvo de todo: un lindo triciclo rojo metálico, con cintas de colores colgando del manillar y su bici azul.

Que Paula aprendiera a andar en bici esa fue otra

¡ Vete tú ! me decía la mamá y allí íbamos las dos hermanas a la Taconera con mis           ¡ Dale!  ¡ Dale! !Que te suelto¡

¡ Venga ! ¡ Venga!  ! Muy bien! Cuando ya por fin circulaba sola.

Mis hijos que ya nacieron en los 80 ya casi vinieron con la bici puesta. Primero el correpasillos, luego el triciclo y al fin la bici de cuatro ruedas. Hasta por fin quitar las ruedas pequeñas y ya correr de verdad. Pablo estrenaba, Dani heredaba y no había quejas.

Luego ya vino la vorágine de las bicis, a ser posible lo más parecidas a la del protagonistde ET. ¿Una bici voladora ? No. En el caso de mis chicos fue una BH.ET1

Allá íbamos al pueblo en verano con las bicis enhiestas sobre el capó del coche sujetadas a un artilugio que colocó Andrés.

Luego ya llegaron las Mountain Bike. El mundo del temido «pinchazo». Andrés arreglando la cámara y considerando que el tiempo en que se fumaba un cigarro era el necesario para que la goma se pegase.

Bicis por todas partes, en el balcón de casa y en la leñera del pueblo.

Hoy en día cada uno tiene entronizada la bici en su casa.

Mi vida sin embargo ha sido una vida sin bicicleta. No pasa nada. Ya está Pablo para andarselo todo.

El pueblo. Otoño.

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Cuando Pablo y Dani eran pequeños volvíamos al pueblo en el puente del Pilar, para cerrar campaña como decía Andrés.

En Octubre el panorama había cambiado. Había llegado el frío.

Andrés cada mañana en cuanto ponía un pie en el suelo se entregaba a la labor de encender la cocina de leña.

Dani y Pablo observaban extasiados la operación. Subir leña y » abarras» de la leñera. Sacar las cenizas del día anterior. Colocar la leña, desmenuzar las » abarras «, acabar estrujando papel de periódico que no estuviera húmedo y por fin prender fuego.

A Andrés le salía perfecta está operación. Yo nunca aprendí. Los chicos si.

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Era un hechizo el que ejercía el fuego sobre ellos. Ayudaban en lo que podían. Observaban las brasas, jugaban con el badil.

Ya está el fuego encendido. Desayunar y a la calle.

– ¡ Poneros las chamarras que hace frío !

Daba igual, nunca tenian frío, aunque vinieran con las orejas coloradas y las manos congeladas.

A estas alturas del año se nos habían acabado los gozos de la piscina.

Yo pasaba tranquilamente las horas en la cocina calentita, haciendo punto o leyendo alguna de mis novelas.

Este año hemos vuelto al pueblo en » Marzo ventoso».

Ya no están los niños.

Ya somos más perezosos.

El viento sopla en todas las direcciones y se nos mete el humo en la cocina.

Renegamos, sólo un poco,  y nos decimos:

– ¡ Hasta que cante el cuco no volvemos !

El Pueblo. Verano

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Yo no tuve pueblo.

Fui una niña de «ciudad», pequeña, provinciana, si, pero ciudad.                                           De pueblo eran mis compañeras de colegio «Las Internas» que procedían de distintos pueblos de Navarra : Milagro, Olite, Lesaca, Estella y un largo etcétera.

Parecía que tenía ventajas ser de capital.

Veamos, mi río era el Arga, mi hierba la de la Media Luna, mi monte el Monte las Aguas, hoy Mendillorri, mi pueblo de referencia Sorauren.

Mis animales eran las luciérnagas de los parques y las mariquitas de siete puntos, que me encantaban, mis peces eran los barbos del estanque de la Media Luna y los cisnes los del estanque de la Taconera.  .

Así que a mí el pueblo » se me apareció »  cuando ya, con mis niños, aterricé un verano en el pueblo de Andrés.

Para empezar se me dieron unas buenas lecciones prácticas de naturaleza. Que si esto es el enebro (ginebro), que si las procesionarias, las encinas, la Sima, las tierras calizas.

Veía y tocaba todo lo que en mi cabeza era sólo teoría. Sí, había estudiado muchas cosas en Geografía con el Profesor Floristán : los suelos, las coníferas, los caducifólios, pero en realidad no conocía nada.

La experiencia del pueblo a quien realmente marcó fue a mis hijos.

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Gallinas en la era detrás de casa, terneros a los que Dani daba el biberón, los lunes moler el grano, de vez en cuando la gran ilusión de montar con El Tocayo en el tractor.                 Vivían pendientes de la actividad de la era y a la mañana con los primeros ruidos del tractor o del molino saltaban de la cama.

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Los caracoles, las arañas enormes, los escarabajos de todo tiipo que se acercaban volando a la farola y caían al suelo donde Pablo y Dani junto con sus amigos: Javi, Ignacio, Noé, Víctor y Andrés tenían preparado  un » corralillo» donde con barro, piedras y agua hacían circuítos para que caminasen sus presas.

Por primera vez observaba el ciego vuelo de los murciélagos o escuchaba cada noche al autillo. Mientras tanto Pablo «El Tocayo» nos desgranaba historias preciosas de cuando una vez marchaba andando a Salamanca ……..o aquella otra de cuando tuvieron que dormir al raso…….Nunca me cansaba de escuchar a este gran maestro de la naturaleza a quien mis hijos, sobre todo Dani, adoraban

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Podía estar tranquila charlando con El Tocayo y con Andrés porque en el pueblo estaba inventado un concepto llamado «La Fresca» . La Fresca significaba que los niños no cenaban en casa sino que les preparábamos un buen bocadillo de chistorra, de panceta, de lo que fuese y a las 9 (hora de la Mila) lo recogían y volvían a la calle, bocadillo en mano a seguir con sus juegos, lo que tocase: el corralillo, la bici, la txirristra.

Mientras tanto los mayores sentados a la puerta de casa tomábamos nuestra fresca charlando relajadamente hasta que veías a tu hijo bajar en bici a toda velocidad la cuesta del bar y entonces chillabas como una loca.  ¡Pablo que te vas a matar!

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Llegaban reventados y caían rendidos en la cama.

La actividad mañanera de la era los tiraba de la cama. Un día era moler, otro montar en el tractor o dar el biberón a los terneros. En la era estaba la felicidad.

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Mañana y tarde bajábamos al «Balneario», un balneario en forma de piscina, con agua generalmente helada y con vistas a Monjardín.. Los niños, las toallas, los manguitos y yo tomábamos plaza a la sombra de un ciruelo, siempre el mismo. Los días de piscina pasaban desde el primero en que Dani no se quería meter en el agua de ninguna de las maneras, hasta que ya intrépidos se tiraban por el tobogán, hoy desaparecido.

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Nuestro ritmo piscinero se repetía cada día. Por la tarde a las 5 la merienda, después el Mikolápiz y ya podían pedir patatas, triskis o lo que fuese que nosotras impertérritas les ofrecíamos la fruta.

Hoy me pregunto de dónde sacaba la energía para experimentar «el pueblo» en todas sus facetas, Desde que a la mañana me levantaba con el sonido de la bocina que anunciaba la llegada de la camioneta del pan, siguiendo por coger la leche de la lechera, cocerla, hacer la comida, dos sesiones de piscina, casi me canso sólo de enumerarlo.

Así que cuando a las 9 de la noche te asomabas a la ventana y decías ¡ Pablo, Dani el bocadillo!  pensabas  ¡Bendito sea Dios qué buen invento la fresca!

Ellos aprendieron a andar en bici, más bien a tirarse con la bici por las cuestas del pueblo. Con tanto «deporte de riesgo» no fueron pocas las veces que fuimos a Urgencias al Hospital de Estella

¡Ya verás! ¡En pocos años se olvidan del pueblo!  Decían mis amigas.

Pues no, no se olvidan del pueblo y en cuanto pueden se acercan a fiestas, las que toquen, o al día del Valle, o sin más a ver a sus amigos «chaparreros».

Yo tampoco me olvido del pueblo, aunque ya a mi edad he aprendido a disfrutar sin falta de hacer grandes esfuerzos.

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Canto mientras tiendo al aire libre y observo el ir y venir de las nubes. Tomo el sol en el huerto. Observo Monjardín y sus boiras. También bayeta en mano o con la fregona peleo con los elementos: el polvo, el barro, la paja, las arañas, que también son del pueblo.

Y como buena capitalina me doy el premio de ir cada día a la Mallorquina a tomar un café que lo preparan buenísimo y si hay gana, una coronilla.

                                                                                   

Vuelta al cole

Libros de ayer y de siempre

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Ya no vuelvo al cole, ni al Instituto, ni a clases que me dan, ni a clases que recibo y sin embargo Setiembre ( hace 40 años era Octubre, después del Pilar) sigue teniendo para mí el mismo sentido de inicio del curso.

Sin libros de texto, sin apuntes que subrayar, sin exámenes que planificar, sin listas que organizar, me enfrento al «nuevo curso» con este único cuaderno que es un «totum revolutum» de diario, agenda, apuntes para el blog, reseña de libros.

El cuaderno me acompaña a todas partes, por si acaso. Por si me pierdo y necesito escribir para encontrarme, por si se me ocurre alguna idea para el blog, por si tengo que apuntar el título de algún libro , incluso por si necesito apuntar el color de una lana o vete tú a saber qué.

Cuando era niña, muy niña, el nuevo curso significaba, para empezar, lucir bien limpio y planchado el uniforme al que la mamá bajaba el dobladillo cada año por culpa del consabido estirón.

Metías en la maleta pizarra y el pizarrín y al cole. Te dejaban en manos de unas monjas de enormes tocas almidonadas y vestiduras negras hasta los pies. En este país aún estábamos en la Prehistoria de la Pedagogía y el concepto «adaptación» en Educación se desconocía.

¿Adaptación? La única posible era la alegría de encontrar amigas, sólo niñas claro, con las que jugar y secretear en el patio, en las filas, en la clase, porque a las monjas o a los estrictos profesores no te adaptabas nunca.

Recuerdo cómo aún con 13 años me temblaban las piernas en 4º de Bachiller cuando me sacaba a la pizarra el profesor de Matemáticas ante el que siempre fracasaba y él comentaba, conmigo allí expuesta en la tarima, mi falta de aptitudes para los números. ¡Claro que sí !  Consiguió así que se me atragantaran para toda la vida.

No recuerdo cómo nos enseñaron a leer, quizás fue con la famosa cartilla de «Palau», silaba a silaba. «Mi mamá me ama» «Mi mono me mima».

Décadas después llegó a nuestro sistema educativo «la lectura comprensiva»  Mis hijos así aprendieron. Salían de la escuela contentos con sus bonitas «cartas» en las que hilaban sus primeras frases: Hola ama. Te quiero mucho. Pablo o Daniel. Y ya estaba.

De repente sabían leer y escribir sin haber silabeado los mimos del mono ni repetido aburridas páginas de caligrafía. ¡Los tiempos modernos!

Dominadas Lectura y Escritura te administraban la Enciclopedia Álvarez que ahora cuando la repaso me admira (éste no sería el verbo) por su pobreza en los textos, en las imágenes, en el color y sin embargo para nosotras era el mejor compendio del conocimiento. Allí leíamos por primera vez la historia del ciego del Lazarillo, o alguna

enciclopedia-alvarezsapientísima fábula del aburrido Samaniego.

A los 10 años, en 1º de Bachiller comprábamos ya libros diferenciados para cada asignatura. Comprar, forrar, etiquetar. Forrábamos con un grueso papel azul oscuro. Nada de carpetas bonitamente decoradas, ni estuches con todo tipo de lápices de colores y demás. Éste te lo echaban los Reyes.

Nuestras armas eran:lápiz, goma , sacapuntas y pinturas Alpino. ¡Ah! la regla y cuando llegaba 3º para el Dibujo lineal nos compraban  el compás y el tiralíneas. Eso era otro cantar.

Así hasta Preu, cada año la misma liturgia.

En la Uni ya no eran libros sino tomazos  que podías decidirte a comprar en la Librería Gómez o si resultaban muy caros consultarlos en la Biblioteca.

Recuerdo cómo había que pelear para poder consultar el Summa Artis. En estos tiempos del «power point» y «todo lo veo en Google» me maravilla cómo ,por poner un ejemplo, estudiábamos la técnica de los paños mojados de Fidias observando detenidamente las fotos en blanco y negro de las figuras de Partenón. Y lo aprendíamos. ¡ Qué tesón !

Mediante clases particulares y el  nettoyage de los veranos en París ahorrabas para comprar los libros de texto. Tanto esfuerzo costaban, tanto los valorabas. Así me explico que aún conservo los Diccionarios de Latín y Griego, Antologías de La Ilíada, el Gourou Papy de Geografía o la Historia del Arte de García Iñiguez.

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Así que cuando puedo me doy el gustazo de coger el estuche con lápiz, goma y bolis , la Antología de la Iliada y el Diccionario de griego. Los meto en el bolso y marcho al Koldo, Traduzco griego como si fuera una esforzada alumna del Príncipe de Viana.

Sólo soy Maite, 64 años, disfrutando con los libros de ayer y siempre

 

 

Paseando por Pamplona

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 Ya nada está en su sitio, ni Inda, ni Ferraz, Unzu desapareció hace tiempo. Aquellas tiendas a las que me llevaba la mamá a comprar telas para sábanas, confeccionar algún modelito o simplemente para batas.

Tomo un capuccino delicioso en la calle Zapatería. Aquí al lado sobrevive milagrosamente Casa Arilla, la tienda de música donde comprábamos la soñada guitarra, las cuerdas, discos.IMG_20160204_111617740De la otra tienda de Música, Casa Luna, sólo sobrevive su preciosa fachada y se ha convertido en una oficina municipal.

IMG_20160204_114821518El pasadizo de la Jacoba donde estaba Delicias, ahora lo jalonan el BBVA y una pelu de estilismo como las que se llevan ahora.

Allí Unidental, aquí Bijoux Brighitte……El uniforme de todas las ciudades.

 ¿Quién encuentra ahora una tienda de Ultramarinos como Langarica ?

Bueno, aún vive el Roch.

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Muchas pastelerías, muchísimas. Yo que soy tan dulzainera voy cerrando los ojos para no ver tanto croissant relleno de chocolate o tortas de txantxigorri.

En mi niñez la pastelería era Taberna y punto. Bueno, pronto llegaron Miami y Delicias con sus maravillosas tostadas de nata que nos hacían  perder el sentido.

Sí, Maite, vale, nada está en su sitio pero tú  por estas calles marchas tarareando y contenta por estar en Pamplona.

¡ Hasta pronto !

La emocion del tiempo

Despertar. La radio. Radio Pamplona. Anuncios. Muebles Gorricho. Harinas Urdanoz.IMG_20160203_104514282

¡Estoy aquí! Un 3 de febrero. Esto es una suerte porque hoy es San Blas. Me pongo como un pincel para ir a San Nicolás. Llueve y hace frío al fin en este veraniego invierno.

Paseo entre puestos de roscos y caramelos. No compro nada porque todo me sobra ya. Me atiborro de colores y tintineo de gallinas y martillos.

En la iglesia huele a cera, a incienso. Entre el ir y venir de la gente me parece ver a la yaya, ansiosa porque las bendiciones  del cura alcancen a sus roscos y naranjas.

Soy una niña de 7 años que aprieta ilusionada una gallina en su mano.

Soy una mujer de 64 años emocionada hasta el llanto en este túnel del tiempo.

Sale el sol. El sol de los lobos.

¡ Feliz día de San Blas !

 

Maite y la Música – 2

Dedicado a Paula

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Llegué a San Sebastián con mi mochila rebosante de canciones que nunca me abandonarán: Mediterráneo de Serrat que tanto le gustaba a la mamá que se la cantara o Poderoso caballero es Don Dinero de las adaptaciones de Paco Ibañez y tantas más.

Aparecen en mi horizonte nuevas canciones y sobre todo una lengua nueva para mí, el euskera. Benito Lertxundi, Lourdes Iriondo, Gorka Knörr, Imanol y sobre todo Mikel Laboa  se convierten en la nueva banda sonora de mis días.

En mi primera soledad  donostiarra me apunté a clases de euskera, en aquel momento en el Centro Cultural Nazaret y aprendí muchísimo con un profesor encantador llamado Gabriel. Pronto comencé a entender el sentido de las canciones y esto me producía mucha satisfacción.

«Goizeko euri artean                                                                                                                  aterkinari gabe…..»

Esta es la 1ª canción en euskera que aprendí y cómo no la cantaba a voz en grito.

Añadí nuevos autores de culto a mi repertorio como Leonard Cohen cuyas canciones junto a las de Mikel Laboa fueron mis canciones para amar, para susurrar.

Mientras tanto en Pamplona, en el Conservatorio Pablo Sarasate se estaba fraguando la carrera musical de mi hermana la pequeña, Paula, que ya nació en una época en que para estudiar música no había que ser «de pago».

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Piano, Canto, era la chica de la agenda a tope con citas para cantar aquí y allí en sus distintos coros. Recuerdo aún el de Illunaldi. Resulto que Paula siguiendo su amor por la música llegó hasta Madrid y entró como soprano en el Coro de RTVE. Nuestra Paulita, ¡qué lista!  El papá tenía la ilusión de que ella estudiase lo adecuado para trabajar con él en la oficina, ya, ya, con la rubia hemos topado. La admiro por muchas cosas, para empezar por ésta. cuando dió el primer paso para salir del nido

Mis experiencias con la música clásica se reducían a la escucha diaria de Fernando Argenta en el programa «Clásicos Populares» en la radio. Paula me abrió el horizonte. Aún conservo la primera ficha en la que me apuntó lo que podía empezar a escuchar. «Te gustarán» me dijo.¡Cómo no me iban a gustar!  «La Misa de la Coronación», o «La Pasión según San Mateo», «Stabat Mater», «Dido y Eneas»

Ahora ya van juntos en mi mochila Juan Manuel (Serrat) , Wolfang Amadeus, Pergolese y Moustaki y todos tan contentos. Marcho al Koldo Mitxelena yo también contenta y allí en la fonoteca busco mis tesoros.

  • ¡Pues hoy me llevo «El Mesias» ! y a casa donde no me espera un gran equipo de música pero sí por lo menos una minicadena con la que me apaño. Había mejor equipo cuando mis hijos aún vivían en casa.

Hablando de hijos, resulta que también tuve dos hijos a los que no dejé de arrullar con mis cánticos desde que nacieron. Yo en vez de leerles cuentos les cantaba. Todo el repertorio infantil desde «Estaba el señor Don Gato» a «Susanita tiene un ratón»  o «Debajo un botón, tón,tón» y también en euskera «Pintxo Pintxo», «Kaletik gabiltza» y tantas más.

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Cantábamos sobre todo en aquellos viajes interminables de Donosti a Igúzquiza por el puerto de Lizarrusti. Hoy en día veo que los niños en los viajes, además de ir adecuadamente sujetos en sus sillas, fijan su mirada en una pantalla incorporada al asiento delantero en la queí ven lo que quieran Frozen o Heidi, me da igual. Es un gran avance , son otros tiempos y yo voy con ellos pero he de reconocer que nosotros viajábamos sin silla, sin cinturones en el asiento de atrás, sin pantallas, sin audio y a veces hasta sin radio. Viajábamos felices, eso sí, yo entregada a la tarea del canto y al juego del veo veo. Y cantábamos aquellas canciones que aprendi de la yaya:» Mambrú se fue a la guerra…..».» El señorito Pablo como es tan formal….»

A uno de mis hijos sí le gustaban los cuentos, el mismo mil veces repetido, el de los 7 cabritillos.

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Cuando Paula venía a Donosti o a Igúzquiza la ilusión de los chicos era que cantara haciendo gorgoritos. Ella se negaba en redondo pero cuando se quedaba sola hacía ensaos de vocalización y ellos y sus amigos se partían de risa al oirla.

Me alargo. Por hoy acabo. Escribiré Maite y la Música 3 a ver si lo tengo listo para el día 4 que es la víspera de Santa Agueda y es dia de cánticos.

Mañana la Candelaria. Al otro San Blas

 

Maite y la Música

RADIO TELEFUNKEN

En la calle Olite también se produjeron mis primeros contactos con el mundo de la música. Allí, en la cocina «reinaba» la Telefunken y era habitual que a lo largo del día se sucedieran los programas de «»Canciones dedicadas». Es decir, entre la publicidad de Okal es un producto sin igual o la de Cola Cao desayuno y merienda, intercalaban canciones solicitadas por las oyentes. Por ejemplo:

«Para Mari Carmen de su hermana Pili  deseándole feliz día de cumpleaños la interpretación de Cachito» Y ahí iba la canción: Cachito, cachito  cachito mío                                                                                                   pedazo de cielo que Díos me dió                                                                                             bendigo, bendigo                                                                                                                       y al fin te digo                                                                                                                           bendigo la suerte                                                                                                                       de ser tu amor.                                                                                                                         A tu lado yo no sé                                                                                                                    lo que es tristeza                                                                                                                      y a mi las horas                                                                                                                        se me pasan sin sentir……….

A la mamá le gustaba mucho escuchar estas canciones dedicadas y a fuerza de oírselas cantar a ella y de escucharlas en la radio yo me las sabía todas, mejor dicho me las sé, porque algunas aún las canto.

Es verdad que de la mayoría de ellas no entendía el significado. Por ejemplo:                                                                                                     Están clavadas dos cruces                                                                                                     en el Monte del Olvido                                                                                                               por dos amores que han muerto                                                                                               que son el tuyo y el mío.                                                                                                           Ay barrio de Santa Cruz                                                                                                           con su lunita plateada                                                                                                               hoy vuelvo yo a recordar                                                                                                         y me parece mentira.                                                                                                               Que nos quisimos tu y yo                                                                                                         con un amor sin pecado                                                                                                           pero el destino ha querido                                                                                                         que vivamos separados,

Tantas canciones: La Calandría, la Casita de papel. La preferida de la mamá era aquella del marinero, Tatuaje o algo así. A ver si me acuerdo del título.

Yo era muy cantarina, cogía el tono con facilidad. Igual había heredado las cualidades de la yaya que presumía de haber cantado de jovencita en la Coral de Pamplona. Sí que es verdad que ella tenía muy buena voz, pero yo más que cantar la escuchaba darme ordenes de limpieza o reñirme porque me había manchado el vestido con el barro de la Media Luna.

En el Cole disfrutaba cantando las canciones de la Liturgía. Varios de los Capellanes que por allí pasaron, especialmente Don Aurelio Sagaseta, se esforzaron en que cantáramos bien y a voces. Así que ensayábamos en la Capilla acompañadas por el armonio:                                                                                                      Hija de Sión                                                                                                                              Alégrate                                                                                                                                    Porque el Señor esta en tí                                                                                                        como Rey de Paz…….

 

También en el cole una Señorita daba clases de piano. Era «de pago» y las clases se daban en un cuartito pequeño en las horas del mediodía. Yo quería ir a estas clases pero el tema «pago» me lo impedía. El no ir a piano tenía otra consecuencia y es que nunca me cogían para cantar en el coro. Todos los años me presentaba voluntaria. La prueba no creo que fuese como para entrar en el Liceo. Yo cantaba bien pero ¡es increible! Nunca me cogieron. Siempre iban por delante las de piano y otras enchufadas por diversos motivo. Igual era demasiado lujo para una becaria. ¡ Vaya que no eran clasistas aquellas monjas!.

Yo he seguido cantando todo el repertorio, el frívolo y el místico, igual tendiendo la ropa o cocinando o tarareándolas mientras daba un paseo.

De adolescente ya me olvidé de La Calandria y en un pick-up escuchaba mis primeros discos, de Adamo, François Hardy o Aphrodites Child. Las de los Pekenikes, Los Bravos y demás las escuchaba en la radio. Aún vivíamos en la calle Olite y allí hice también mis pinitos con la guitarra y nunca prosperé más allá de rasguear las canciones de la Hardy.

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Pero tuve dos hermanos, los dos «locos por la música». Estamos por los años 70 ya vivíamos en un piso más grande en el barrio San Juan. El Pick-up había dado paso a un tocadiscos con  altavoces en el el cuarto de la música y  las estanterías se van llenando con discos de Bob Dylan, Joan Baez, Simon and Gardfunkell, Los Calchakis, Atahualpa Yupanki y muchos, muchos mas. La música sonaba todo el día y aunque la casa era grande la mamá siempre estaba  -¡ Bajad esa música ! . Cuando ya Patxi se unió al grupo de los musiqueros aquello fue la locura.

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Yo ya andaba por la Universidad y me colgué de George Moustaki. Todos sus discos los teníamos en casa de Maite Archanco y allí pasábamos los ratos escuchando :  le Mètheque o Ma solitude.

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Ya llegó entonces todo el mundo de los cantautores.Cantábamos «La estaca» de Luis LLach o «Al vent» de Raimon y cómo no a Serrat y a Paco Ibañez. En mi caso esto se unió a la inmersión en la música en euskera y eso ya da para otra entrada del blog en la que hablaré de Mikel Laboa y mi canción favorita. Hegoak ebaki ba nizkion……….

 

Volver a Pamplona

En estos primeros días de Enero paseo felizmente por las calles, jardines y rincones de mi ciudad.

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La mañana de Año Nuevo, yendo al encuentro de una amiga, enfilo Carlos III extasiada por la sensación de que no es la Maite de 64 años la que pasea sino la de 10 años que saliendo de la calle Olite sube dando saltos Carlos III y dobla en Iturralde Suit ( ahora no sé cómo se llama esta calle) hasta llegar a su colegio el Santo Angel, en la Avda. Galicia.

Me gustaba estudiar, a no ser que tocaran mis huesos: Física o Matemáticas, así que marchaba siempre contenta.

Conforme pasaban los cursos mis intereses en el camino al cole fueron variando. De pisar charcos y buscar buenos mármoles para jugar a la china pasé a interesarme por ¨ la otra acera¨, la de los chicos, por donde subían los de Jesuítas o Maristas, Me gustaban los del equipo de baloncesto que a parte de ser los más altos y guapos eran los que más cucamonas nos hacían a las chicas.

Camino por Carlos II, sí, voy contenta sí, pero donde yo quiero volver es a la calle Olite, a mi casa, al 3º izquierda, a su cocina, sus aromas, a la mamá, a la yaya, a la radio.

Vuelvo a mi casa de la calle Olite por Navidad.

-¿Sabeís una cosa?

-¡Vuestro nieto mayor ha venido a vivir a Pamplona

-¿A la calle Olite?

-¡No! ¡ A la Rochapea!.

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Cuando de niños nos asomábamos a la barandilla de la Media Luna, veíamos la Madalena, las huertas, el Arga. Ahora todo está urbanizado: viviendas, paseos, jardines, toda Pamplona comunicada.

Ahora miras desde el balcón y ves las murallas, la torre de San Saturnino y te dices:

-Qué bien que estoy de nuevo aquí, en mi casa, en mi ciudad.

-Os digo que la vida sigue adelante y vamos dejando huella. Ellos están aquí.

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¡Al río!

Con cariño para Maite Martín.

En estos días de tórrido calor en que el baño mañanero en la Zurriola es lo más refrescante que puedo encontrar recuerdo aquellos calurosos meses de verano en Pamplona en los que para darnos un chapuzón íbamos ¡Al río!.

En Pamplona aún no había llegado el boom de las Ciudades Deportivas como Amaya, Anaitasuna o el Club Natación. Las únicas piscinas conocidas eran las del Tenis, detrás de los Caídos y por lo menos en aquellos años eran para la élite. El Oberena creo recordar que en aquellos años sólo eran para chicos.

Nada sabíamos de pagar un abono, ni de ir a piscinas desinfectadas con su cloro y con sus higiénicas duchas. Tampoco eramos muy duchos en moda para baño.Las niñas lucíamos unos trajes de baño de tela fruncidos con gomitas que no se secaban nunca y los niños unos Meyba igualitos que los de sus papás.

En Pamplona ir al río era ir a Arre o a Oricaín, por supuesto en la Villavesa porque el coche aún no había llegado tampoco a nuestras vidas. Esta salida la solíamos hacer los domingos e ibamos con el papá, la mamá se quedaba preparando la comida.

Pertrechados con el traje de baño y unas sandalias de goma para no resbalarnos en el verdín de las piedras del río nos dábamos el chapuzón en las fresquitas aguas del Arga.

Nos agarrábamos con fuerza a un flotador enorme y negro que era en realidad una cámara de alguna rueda de camión. El papá, buen nadador, lo mismo nos protegía que nos hacía aguadillas. En el agua siempre fue muy juguetón.

Almorzábamos pan con lo que fuera y fruta.Nada de helados ni de patatas fritas y todas esas zarandajas.

En los momentos más tranquilos buscábamos en la orilla cabezones que guardábamos en un bote, no recuerdo ahora con qué intenciones.

Ni duchas, ni sombrillas, éstas tampoco hacían falta porque la sombra de los árboles y el mecer de sus ramas nos procuraba frescura y como no conocíamos la loca fiebre de torrarnos al sol para ponernos morenos no pillábamos ninguna sofoquina.

Protectores solares? Factor 30? Factor 50? La única crema que conocíamos era la Nivea de la caja de lata azul que yo creo nos la aplicábamos cuando ya en los hombros en torno a los tirantes nos habíamos puesto coloraditos.

Ir al río era una fiesta y me ha procurado un gran placer recordarlo. Recordar a Iñaki y a Patxi y al papá que no puede recordar.

Como no tengo fotos del río pongo éstas que ilustran el gran acontecimiento de venir a San Sebastián y bañarse en la Concha. En aquel entonces.

PATXI 5 AÑOS LA CONCHA DONOSTI

Fotos Familia-Ajuar Portatil 005